La semana pasada volví a correr. Hacía unos tres meses me había puesto con ello otra vez pero tuve una pequeña lesión a la que no le di suficiente importancia y luego se complicó teniéndome en el dique seco, como dicen los deportistas, durante un par de meses. Es lo que tiene creer que uno tiene 20 años y que puede hacer lo mismo al mismo ritmo que cuando era más joven. Pero ahora ya creo que he aprendido la lección.
Mi objetivo con el plan que me he impuesto no solo es ponerme un poco más en forma, sino también perder peso. Mi idea era haber empezado en octubre, pero como digo tuve la lesión, así que lo he tenido que retrasar a febrero. No se trata de una ‘operación bikini’ ni nada así, pero es cierto que influye el verano. Me gustaría llegar a la playa con un aspecto un poco menos ‘sedentario’.
Para ello, he acudido a un nutricionista para que me ayude con la parte alimenticia. Hasta ahora, cuando hacía una dieta siempre lo llevaba a mi manera y la mayoría de las veces no salía como tenía planteado. Ahora, con la nutricionista, las cosas parecen de otra manera. Todo está mucho más controlado. En un principio, hasta peso la comida, sabiendo el valor nutricional alimentos por cada 100 gramos para que no haya dudas. Se trata de no dejar nada, o casi nada, al azar. Desde luego, está siendo más duro que con mis dietas, pero de esta forma tengo una garantía de que voy a cumplir el objetivo.
A mi manera siempre era todo un poco más ligero. Empezaba fuerte, pero después, por una razón u otra, siempre acababa doblegándome. Y es que mantener el pulso con una dieta es complicado cuando vives al límite de tiempo y con todo tipo de contratiempos en la rutina diaria. Al final, vas desacelerando porque otro asunto gana prioridad y hace que deje aparcada la dieta, hasta que la ‘cosa se tranquilice’. Pero nunca la hace. Pero sabiendo el valor nutricional alimentos por cada 100 gramos, teniendo una persona detrás de mí, me siento más ‘vigilado’ y solo por amor propio haré lo que tengo que hacer: esta vez será mi prioridad.